El sistema educativo del siglo XX contaba con un elevado número de alumnos que debían aprender a un mismo ritmo, siguiendo una metodología común y única para todos ellos. Las aulas giraban en torno al profesor, donde el niño no era el sujeto activo ni protagonista. Como consecuencia de este modelo educativo, se diseñó la arquitectura docente que en muchos casos conservamos en la actualidad. Edificios modulares, escuelas funcionales donde encontrábamos aulas con hileras de pupitres alineados, que no permitían la interacción entre los alumnos y enfocadas todas ellas a una gran pizarra. El profesor impartía sus clases magistrales sobre una tarima elevada respecto a el aula.

Sin embargo, el reto estratégico de los centros educativos en el momento actual debe ser adaptarse a las nuevas tendencias educativas, basadas en diferentes modos de enseñar y de aprender; a un nuevo modelo educativo que requiere de unos nuevos espacios de aprendizaje, que llevan a un alejamiento del sistema de enseñanza orientado a la pizarra y a un acercamiento hacia disposiciones del mobiliario mucho más flexibles.

En este nuevo marco, debemos de ser conscientes que el espacio es un elemento más de la actividad docente y, por tanto, es necesario estructurarlo y organizarlo adecuadamente. La mejora de los espacios físicos de las escuelas tiene una relación tan estrecha con el aprendizaje como la que pueden tener el ambiente familiar, la motivación, los buenos maestros, etc …

Es prioritario que el diseño de los nuevos espacios de aprendizaje esté al servicio del proyecto educativo del centro y sus modelos didácticos. La coherencia entre el sistema pedagógico y el espacio donde se desarrolla es esencial para conseguir una formación integral.  En ese sentido, los nuevos sistemas pedagógicos exigen entornos cuidados y amables, que deben ser diseñados de forma “personalizada” para adecuarse a cada metodología. Para ello, la arquitectura es una herramienta fundamental que ofrece soluciones espaciales acordes a estas nuevas necesidades.

Son ya muchos de nuestros docentes los que opinan que el aula ha dejado de ser un espacio funcional para convertirse en un instrumento valioso para el aprendizaje y que contribuye a mejorar la calidad de la educación. Por ello, ha de ser objeto de reflexión y de planificación para la comunidad educativa. En consecuencia, para realizar con éxito el diseño de estos nuevos espacios, es imprescindible implicar a todos los agentes que intervienen en la vida de la escuela, colocando a profesores y alumnos a la cabeza.

La planificación de estas áreas no significa destacar el diseño y la estética, ni debe limitarse a la renovación de fachadas, puertas y ventanas. Consiste en llevar a cabo innovadoras restauraciones que creen nuevas estructuras de aulas capaces de admitir distintos modelos de enseñanza.

En la actualidad, ya podemos encontrar diversos centros que, en la búsqueda de estos nuevos espacios que estimulen la creatividad y la experimentación de los alumnos, están realizando tanto transformaciones espaciales parciales como totales. Edificios que disponen de aulas de distinto tamaño amuebladas de forma polivalente, que se conectan entre si según las necesidades docentes, paredes y ventanas que se convierten en pizarra, pasillos que se tratan como un espacio de aprendizaje más dentro del edificio, son algunos ejemplos.

Erróneamente se identifica el diseño de nuevos espacios educativos con importantes inversiones económicas y, si bien es cierto que la capacidad de gasto de cada centro es un condicionante, esto no ha de ser un impedimento para alcanzar nuestro objetivo.

En conclusión, la renovación de forma planificada de los centros educativos, enfocada a afrontar las nuevas necesidades generadas por el proyecto educativo de los mismos, debe ser una parte importante de la estrategia de futuro de cada uno de nuestros centros.

PATRICIA URBIRIA – Arquitecta