Siempre me ha hecho mucha gracia cuando cuentan lo que aquel matrimonio que salió de viaje. Se sentaron en el coche, él al volante, y cuando ya llevaban dos horas de camino y apenas habían intercambiado media docena de frases, ella le pregunta:

– pero, ¿a dónde vamos?

Y él, mirando el cuentakilómetros, le contesta:

– no sé, pero estamos haciendo muy buena media.

Inmediatamente me acuerdo de equipos directivos, de claustros y de colegios, apretando el acelerador para conducirse a una media de velocidad aceptable a no saben dónde.

O, como nos decía Alfonso Blázquez en su post «Súbete al tren de la innovación… ¡pero en tu vagón!«, subiendo a los más vistosos vagones de la innovación. Y  bajándose de ellos, que es peor, para probar otro cuando en el primero no están cómodos.

Mejor empezar por el principio. Primero, tener locomotora. Por mucho que haya cambiado el asunto ferroviario (¿qué ha sido de los jefes de estación?), los trenes de hoy cuentan con locomotoras guiadas por personas. Necesitamos un grupo tractor potente, de gente que se crea la necesidad de cambiar, que quiera hacerlo y que pueda impulsar ese cambio.

Y segundo, decidir a dónde vamos. Y si nos decidimos encaminar hacia un sitio diferente al que íbamos antes, preguntar también el por qué de ese cambio de dirección. Y decidirlo juntos, porque vamos todos.

Y luego, elegimos el vagón.

PEDRO MENDIGUTXIA – Encargado de Pedagogía de las Hijas de la Caridad